SE
ANDAN PURO ESCONDIENDO
Por: Patán Zamoransky
Foto: Marco Orihuela
Muchos de esos seres llamados “estocolmenses” se andan ocultando en
sus covachas calefaccionadas por la sociedad del bienestar y calentitos allí
adentro juegan a que el mundo de afuera no existe, así es fácil, mientras dure
lo que dura dura, ... ¿pero de dónde proviene nuestro afán de hacernos
invisibles? El ansia de escondernos viene desde que nuestros antepasados,
parecidos a las ratas, corrían aterrados por túneles subterráneos mientras los
dinosaurios hacían temblar la tierra y millones de años después, cuando nos
humanizamos, expulsamos a los osos de sus cuevas y las decoramos con
ilustraciones y en esas cuevas, al lado de una fogata, pudimos reproducir la
sensación de estar escondidos en el vientre materno, flotando, inconscientes de
la vida mundana. Y en esas viviendas de piedra el escondite, como una figura
literaria, se transformó en una fuerza, en un impulso creador, una sombra
vital, y desde ahí todo se guarda y se esconde, los trenes subterráneos se
guarecen en la roca y merodean como los mamíferos jurásicos, o cuando una
persona le insinúa a otra que le guarde algo o viceversa, la figura del
escondite se vuelve un placer. Pero el
asunto no siempre viene bien, a veces a la gente la encarcelan por anhelar
cambiar el paradigma y el escondite se torna en un castigo, escondidos de la
vista pública en un hotel sin estrellas, alimentados con la más sana dieta de
pan agua y duchándose sin jabón para evitar cualquier desgracia. También se
adolece de libertad cuando las mamás les dicen “hasta las doce no más , mira que yo no me quedo dormida hasta que tu
regresas” a sus incipientes criaturas para protegerlas de la violencia
urbana y las criaturas se retuercen de las ganas de explorar la noche y se
escapan por la ventana hipnotizadas por el techno y la luna llena.
La gente se protege,
tras una máscara llamada “Yo”, ocultan un vacío infinito y creen ser el “Yo”;
mas ellos son aquel vacío infinito apto para ser explorado en un interminable
viaje en paracaídas, no son la máscara, son el infinito. No queremos que nadie se asome a mirar
nuestro paisaje y lo cubrimos con una máscara diseñada por el país en el que
nos tocó nacer, la máscara del “yo”, cual falso ícono vacío. En el país en que nos tocó nacer nos
asomábamos a la puerta con ojos vivaces, “váyase para la calle mijito que la
vida está allá afuera” decían las viejas sabias que barrían la vereda para que
uno no fuera a terminar pelotudo y asustándose con los automóviles y los perros
nuevos. Tremendo zopenco es el que no conoce la sabiduría callejera y dichosos
son los que la interpretan y que además siendo juveniles se escondieron bajo una cama o dentro de un
closet con la persona deseada y se dieron de besos, o se escondieron con la
persona menos deseada, porque la oscuridad todo lo puede, y allí se besaron mientras los sentidos se liberaron
como una jauría de perros tras el zorro.
Ahora eres mayor, siempre
quisiste serlo, no reclames, los dígitos de neón brillan en la interminable
noche de tu pantalla y tú te escondes de la vida adentro del fin de semana que
va desde el esplendoroso Viernes hasta el Domingo. Ahí puedes ser otra persona
y dártelas de artista para subir las fotos al Facebook y que todos sepan que
eres libre. El Lunes temprano eres expulsado del paraíso y te estrellas contra
el pavimento frente al paradero del bus, a las seis y media de la mañana los
pajaritos trinan y el chofer se acerca para llevarte al trabajo. “La vida está
allá afuera mijito.”
Hubo una vez una pálida
niña escondida, una niña pelirroja cuya madre había sido decapitada y esa niña
supo leer el miedo y refugiada de su hermana media loca, y sin embargo al
alcance de ella, aprendió a endurecer su
temple en la discreción y el estudio del latín. Cuando afuera del escondite
sucumbió la tormenta la llamaron a terreno y le pusieron una corona. La pálida
niña escondida, Elizabeth se llamaba, reinó con sabiduría; y con la soledad
como compañera, hizo de su empobrecida isla un imperio que ni los mares
detuvieron.
Los seres humanos
vivíamos escondidos en nuestras cuevas hasta que la música nos liberó y hoy los
Estocolmenses nos estamos escondiendo de nuevo, en
nuestras covachas tibias, los estocolmenses treintones y cuarentones sin hijos
se fondean, corren las cortinas, desconectan el celular y se ponen a ver sus
seriales favoritas como si fueran drogas y se inyectan cinco capítulos seguidos
directo a la vena, “Dexter”, “Juego de Tronos”,” The Big Bang Theory”, “Seven
Feet Under”, “Los Archivos x”, “Los Vampiros culeadores”, etc., Usté mande,
ahora tenemos la internet o compramos la serie en CD... un fin de semana de
novelas filmadas para la “generación I-phone”, para la “generación I-paja”,
para la “generación ay que estamos electrónicos”, y el mercado está saturado,
no hallan qué vender los satanistas porque ya todos los mamíferos con zapatos
tienen su celular inteligente para “dedear” matiné vermut y noche y en la casa
un plasma, (eso sí nadie va al dentista porque es muy caro, tan claritos lo
weones). Escóndanse o “escondanséN” como
dicen los cordobeses porque afuera les quieren vender sin vaselina, quieren
puro hacer rodar sus cifras por millones en nanosegundos y especular con los
valores monetarios, la droga del mundo de las finanzas al ritmo del techno-pop. Estocolmo electrónico brilla desde el espacio
sideral y los astronautas gritan “oye ven pacá, desde aquí se ve tu casa ” pero
salir al espacio cuesta mucha plata, habría que arrendar el culo en Hollywood
para irse de viaje en una de las naves de marca “Virgin”, ya tu sabes, la marca
del tipo que comenzó haciendo casettes y ahora hace trenes y aviones con la
misma marca, “Virgin”, y se fabricó un súper globo para dar la vuelta al mundo,
pero cada vez que pasa por la China popular los chinos le dicen “bájate
conchetumare o te bajamos nosotros” y hasta ahí llega el paseo del millonario
que se esconde de su propia vida, así que no te sientas cobarde si te escondes,
todos nos escondemos. Los aristócratas británicos se escondían de los tediosos
años 40 en África e hicieron de Kenia el tremendo culiadero, eso sí con estilo,
a las ovejas traídas de Gran Bretaña les ponían sombreros de sol y por la noche
las parejas bailaban al son del vaivén colonialista y nada más al empezar a
brotar la champaña las señoras se intercambiaban de maridos y al otro día nadie
sabía de quién era la raja porque le daban duro al alcohol, a la cocaína, a la
morfina. A los aristócratas que se fondeaban en Kenia les llamaban “la Pandilla
del Happy Valley”, era que no, si lo pasaban chancho, y todo iba viento en popa
hasta que un marido celoso no aguantó más las reglas del juego y le puso dos
balazos en la cabeza a un dandy escocés de gran belleza y arrogancia que por lo demás era como hacha para las
mujeres mayores y para las recién casadas y
las sirvientas. No se pudo probar el crimen, pero al caballero rencoroso
nunca más lo invitaron a una fiesta y murió abandonado. Su mujer se llamaba
Diana Caldwell, y después del incidente le abandonó y se sintió sola; pero, no
todas las chicas británicas llevan el peso de la soledad como una reina virgen,
así que contrajo segundas nupcias y al aburrirse se divorció y al tiempo se
volvió a casar y desgraciadamente quedó viuda y entonces la angustia la
sobrellevó de tal manera que comenzó a acostarse con sus amigos y cuando los
hubo probado a todos comenzó a por las amigas, y cuando se cansó de tanta
actividad perniciosa comenzó a disfrazarse de hombre para que sus delicados amigos mariconcitos la sodomizaran.
Murió vieja y rica en 1987, pero para entonces los del “Happy Valley” habían
pasado al olvido sin que nadie los nombrara por Londres y sin que jamás la
reina los invitara a las fiestas de la realeza; y cuando estaban olvidados, y
algo ocultos el palpitar de su hedonismo, recién sus hijos pudieron volver a
bailar vals en los finos salones de la corona.
El centro comercial
más grande de Escandinavia se llama “Nordstan” y está ubicado en la ciudad de
Gotemburgo. Para las navidades colgaban un enorme pino artificial que iba desde
el techo al suelo para alegrarle la vida a los clientes, pero el enorme símbolo
arbóreo era hueco por dentro, los alcohólicos lo ocupaban de hotel y los volaos
se daban el lujo, y los libidinosos se entregaban a la “cochiná” de puros
“marditos” que son porque en este país el sexo no está reprimido. Y una vez fueron los guardias a
ver qué secretos traía hoy el pino y se encontraron con la tremenda bacanal en
donde todos los pecados anteriormente mencionados habían sido sacados a
colación, cero respeto con el papá Noel, tuvieron que sacar el pino . Eso es lo
que nosotros, la gente decente, nos preguntamos: “¿por qué
cada vez que surge un lugar en el que se puede esconder más de una persona lo
ocupan de motel parejero?” El otro día cortaron una arboleda tremenda, aledaña
a un edificio por aquí cerquita, porque fumaban yerba y salía tanto humo blanco
que la gente creía que habían elegido a otro Papá en Roma, o sea, paren el
escándalo, ¿hasta cuándo chucha, es que no pueden dejar ni un solo puto lugar
para la reflexión y la espiritualidad?, tienen que habilitarlo de opiadero o de
Hotel California, o para cagar y mear. Increíble, cero respeto con la
civilización Judeo-cristiana. Ahora respiremos hondo para relajarnos y pongamos
música ambiental, me ponen tenso esos hedonistas incontrolables, parecen bestias
sedientas de sentidos, amancillan los escondites con su sabia carnal. ¿O no? ¿O
son unos activistas a favor del calentamiento global?, ¿o son, tal vez los
encargados, de mostrarnos el camino de vuelta a las cuevas?
Nuestro deseo de
ocultarnos va y viene con la ligereza de la vida, a veces nos escondemos de las
voluntades de los otros. ¿Qué habría sido del austriaco Franz Reichelt, quien
fue uno de los inventores del paracaídas, si le hubiese hecho caso a los
demás?, a esos que le murmuraban “no, no lo hagas”. El inventor prefirió creer
en sí mismo, en su propia voluntad creadora, y fue así como en un día 4 de
Febrero del año 1912 saltó con su paracaídas desde la torre Eiffel y se reventó
contra el pavimento, dejó en el suelo un hoyo de quince centímetros de
profundidad y su paracaídas lo cubrió cual manto mortuorio. A los visionarios
todo les sirve de algo. ¿Es bueno esconderse? ¿Es malo? Quién sabe, y por
último a quién le importa, hay tantas maneras de fondearse como astros en una
noche de parranda.
Nos agazapamos, salimos al
escenario, hay atardeceres en que instamos a nuestros amigos y amigas a egresar
de sus guaridas y a defender a los árboles y a los ríos y a la pacha mama,
porque es el único lugar en donde nos podemos esconder del universo, de la
hostil materia negra que todo lo adorna con estrellas y cometas. Aprendamos de
nuestro escondite, sea este goloso, sea este taciturno, y emerjamos al infinito
con estilo, como la última noche de un dandy, como la endeble seda que cubre la
caída, como la pálida niña escondida
repartiendo su polen por las flores del mundo.