UN PUEBLO EN LA CALLE ES REVOLUCIÓN
Por: Jorge Rubio
“Quiero descartar, sí, que este sentido de la revolución no tiene el contenido habitual y pequeño con que suele emplearse esta palabra. No es revolucionario el jefe militar que, a la cabeza de un regimiento toma el poder: eso puede ser considerado un motín. No es revolucionario el que, por la fuerza, logra, transitoriamente mandar. En cambio, puede ser revolucionario el gobernante que, llegando legítimamente al poder, transforme el sentido social, la convivencia social y las bases económicas del país;”
(Senador Salvador Allende 18 de febrero de 1948)
América, y el mundo entero, se estremecieron con el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua, allá por los años setenta. Era la victoria que rompía los viejos esquemas de la explotación y la convertía en la Nicaragua Libre. Habían sido muchos años de lucha dura, con la mente puesta en el ejemplo de lucha que había dado el pueblo cubano una década antes. Los hijos de Sandino combatían al ejército de Somoza que estaba aliado a los soldados y a banqueros norteamericanos. Era una guerra difícil, como también fue la de los revolucionarios cubanos. Pero en ambos casos el pueblo estaba al lado de la justicia y del pan, y fueron esas las razones para alcanzar el triunfo. Fue la última revolución de verde oliva, mimetizados en la maleza, con boinas, botas y casi todos barbudos. Claro, después las cosas tomaron un rumbo diferente. Rencillas políticas internas permitieron el triunfo en las urnas de la señora Violeta Chamorro y la vuelta al viejo sistema. A poco andar, los muertos en la guerrilla fueron quedando en el olvido y, finalmente, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de hoy…no es el mismo.
Los países de América Latina tienen en común su cultura, la lengua, religión, impuestas a sangre y fuego por los conquistadores españoles. Y algo más: han sido golpeados y sometidos durante decenios por autoridades corruptas. En esos largos periodos han logrado construir a su alrededor una lacra de servidores que se han enriquecido, y que son los principales sostenedores de las dictaduras.
Como consecuencia de la caída de los Muros, mucho se ha insistido en que ya no caben en estos países las manifestaciones populares, idea que desde hace mucho ha sido apoyada por las mentiras de los medios de comunicación. No obstante, y como hemos visto en las últimas semanas, lo impredecible y hasta hace poco impensable, puede ocurrir: en los países árabes un sector del mundo sometido a mano dura por largos años despertó, y sus hombres y mujeres salieron a la calle para exigir ser libres y tener una vida digna, lo que nos hace recordar tiempos no tan lejanos en nuestra historia reciente.
Es, pues, la calle el lugar donde se definen las cuestiones mayores, las trascendentales. Los pueblos salen a ella no sólo para celebrar sus victorias deportivas o para enterrar a sus muertos. También salen para exigir cambios. Es en la calle, también, donde se les señala a los dueños del poder que sus victorias no son eternas, y eso da razones y valentía para que los vencidos vuelvan a creer en ellos mismos, que de ellos depende todo, y que hay sobradas razones para volver a insistir una y otra vez… hasta vencer.
Cuando una sociedad se enfrenta a la no existencia de un Estado de Derecho, cuando un país es sometido a sangre y balas para que tome el rumbo que un sector de la sociedad necesita, y cuando los grupos económicos empiezan a repartir el país como si de una pastel se tratara, queda entonces la alternativa de salir a la calle, para exigir que la vida sea respetada y el futuro no se siga alejando sin esperanzas.
Y se van los dictadores y queda la dictadura.
Y en Chile se fueron las Fuerzas Armadas y dejaron una Constitución que no ha sido tocada, salvo para maquillarla, en desmedro de millones de excluidos y marginados. Un pacto que hipoteca el futuro también de millones de personas. Y la gente ha salido a la calle en Chile. Sí, los gritos no son cosa del pasado, la gente en la calle con sus pancartas no son fotos de tiempos antiguos. Están las huelgas de los empleados públicos, profesores, estudiantes, está un pueblo entero en Punta Arenas que rechaza el aumento desmesurado del precio del gas. Es la lucha que por años se ha vivido y que ha mantenido en alto el grupo ciudadano que conformó el Comando de Defensa de Valparaíso, en contra de las ambiciones de las inmobiliarias y la corrupción que amenazaba usurpar los recursos de la ciudad patrimonial entregados por el BID y la UNESCO. Es la misma ciudadanía que defendió el Aeropuerto de Cerrillos, que luchó frente a la muerte de los cisnes de cuello negro por los derrames de Celco en Valdivia; son las personas que han continuado persistentes defendiendo sus derechos en contra de las farmacias coludidas, de las ambiciones inmobiliarias, de las trenzas de poder y el tráfico de influencias que amenaza de forma artera los derechos ciudadanos.
Pero también es verdad que hay un gobierno de derecha y la oposición es partícipe también de derecha, y fuertemente adicta al modelo, formando parte del engranaje heredado de la dictadura. El divorcio entre la clase política y la ciudadanía se ha incrementado y así lo relevan las encuestas que miden los índices de confianza y credibilidad en las instituciones nacionales. Esa ciudadanía que está formada por individuos más que por colectividades, ha sido capaz de rearticular el tejido social sobre la base de intereses comunes, sin enredarse en visiones ideológicas.
La calle será eternamente el lugar donde el pueblo lleva las cuentas de la historia, allí donde siempre estuvo la izquierda. Muy a pesar de que esa izquierda haya olvidado su pasado, es ese el lugar que no se puede abandonar. Si la Concertación en esa complicidad con la derecha impide que los derechos fundamentales de millones de chilenos se instalen en la institucionalidad, deberá buscarse otra alternativa para que en Chile se empiece a dar los pasos reales, para una verdadera y nunca empezada transición.
Pero, es necesario incorporar a toda esa masa que está embrutecida con los programas de farándula que los medios oficiales exhiben. Esa masa sigue siendo mayoritaria. El día que la masa crítica de gente consciente supere a esa masa embrutecida por la tele otro gallo cantará en Chile. Por eso la derecha gasta tanto en mantener a la gente inconsciente. Los secuaces de la derecha saben que si todos los chilenos nos despertamos al unísono, les habrá llegado el día del juicio final.
“Quiero descartar, sí, que este sentido de la revolución no tiene el contenido habitual y pequeño con que suele emplearse esta palabra. No es revolucionario el jefe militar que, a la cabeza de un regimiento toma el poder: eso puede ser considerado un motín. No es revolucionario el que, por la fuerza, logra, transitoriamente mandar. En cambio, puede ser revolucionario el gobernante que, llegando legítimamente al poder, transforme el sentido social, la convivencia social y las bases económicas del país;”
(Senador Salvador Allende 18 de febrero de 1948)
América, y el mundo entero, se estremecieron con el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua, allá por los años setenta. Era la victoria que rompía los viejos esquemas de la explotación y la convertía en la Nicaragua Libre. Habían sido muchos años de lucha dura, con la mente puesta en el ejemplo de lucha que había dado el pueblo cubano una década antes. Los hijos de Sandino combatían al ejército de Somoza que estaba aliado a los soldados y a banqueros norteamericanos. Era una guerra difícil, como también fue la de los revolucionarios cubanos. Pero en ambos casos el pueblo estaba al lado de la justicia y del pan, y fueron esas las razones para alcanzar el triunfo. Fue la última revolución de verde oliva, mimetizados en la maleza, con boinas, botas y casi todos barbudos. Claro, después las cosas tomaron un rumbo diferente. Rencillas políticas internas permitieron el triunfo en las urnas de la señora Violeta Chamorro y la vuelta al viejo sistema. A poco andar, los muertos en la guerrilla fueron quedando en el olvido y, finalmente, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de hoy…no es el mismo.
Los países de América Latina tienen en común su cultura, la lengua, religión, impuestas a sangre y fuego por los conquistadores españoles. Y algo más: han sido golpeados y sometidos durante decenios por autoridades corruptas. En esos largos periodos han logrado construir a su alrededor una lacra de servidores que se han enriquecido, y que son los principales sostenedores de las dictaduras.
Como consecuencia de la caída de los Muros, mucho se ha insistido en que ya no caben en estos países las manifestaciones populares, idea que desde hace mucho ha sido apoyada por las mentiras de los medios de comunicación. No obstante, y como hemos visto en las últimas semanas, lo impredecible y hasta hace poco impensable, puede ocurrir: en los países árabes un sector del mundo sometido a mano dura por largos años despertó, y sus hombres y mujeres salieron a la calle para exigir ser libres y tener una vida digna, lo que nos hace recordar tiempos no tan lejanos en nuestra historia reciente.
Es, pues, la calle el lugar donde se definen las cuestiones mayores, las trascendentales. Los pueblos salen a ella no sólo para celebrar sus victorias deportivas o para enterrar a sus muertos. También salen para exigir cambios. Es en la calle, también, donde se les señala a los dueños del poder que sus victorias no son eternas, y eso da razones y valentía para que los vencidos vuelvan a creer en ellos mismos, que de ellos depende todo, y que hay sobradas razones para volver a insistir una y otra vez… hasta vencer.
Cuando una sociedad se enfrenta a la no existencia de un Estado de Derecho, cuando un país es sometido a sangre y balas para que tome el rumbo que un sector de la sociedad necesita, y cuando los grupos económicos empiezan a repartir el país como si de una pastel se tratara, queda entonces la alternativa de salir a la calle, para exigir que la vida sea respetada y el futuro no se siga alejando sin esperanzas.
Y se van los dictadores y queda la dictadura.
Y en Chile se fueron las Fuerzas Armadas y dejaron una Constitución que no ha sido tocada, salvo para maquillarla, en desmedro de millones de excluidos y marginados. Un pacto que hipoteca el futuro también de millones de personas. Y la gente ha salido a la calle en Chile. Sí, los gritos no son cosa del pasado, la gente en la calle con sus pancartas no son fotos de tiempos antiguos. Están las huelgas de los empleados públicos, profesores, estudiantes, está un pueblo entero en Punta Arenas que rechaza el aumento desmesurado del precio del gas. Es la lucha que por años se ha vivido y que ha mantenido en alto el grupo ciudadano que conformó el Comando de Defensa de Valparaíso, en contra de las ambiciones de las inmobiliarias y la corrupción que amenazaba usurpar los recursos de la ciudad patrimonial entregados por el BID y la UNESCO. Es la misma ciudadanía que defendió el Aeropuerto de Cerrillos, que luchó frente a la muerte de los cisnes de cuello negro por los derrames de Celco en Valdivia; son las personas que han continuado persistentes defendiendo sus derechos en contra de las farmacias coludidas, de las ambiciones inmobiliarias, de las trenzas de poder y el tráfico de influencias que amenaza de forma artera los derechos ciudadanos.
Pero también es verdad que hay un gobierno de derecha y la oposición es partícipe también de derecha, y fuertemente adicta al modelo, formando parte del engranaje heredado de la dictadura. El divorcio entre la clase política y la ciudadanía se ha incrementado y así lo relevan las encuestas que miden los índices de confianza y credibilidad en las instituciones nacionales. Esa ciudadanía que está formada por individuos más que por colectividades, ha sido capaz de rearticular el tejido social sobre la base de intereses comunes, sin enredarse en visiones ideológicas.
La calle será eternamente el lugar donde el pueblo lleva las cuentas de la historia, allí donde siempre estuvo la izquierda. Muy a pesar de que esa izquierda haya olvidado su pasado, es ese el lugar que no se puede abandonar. Si la Concertación en esa complicidad con la derecha impide que los derechos fundamentales de millones de chilenos se instalen en la institucionalidad, deberá buscarse otra alternativa para que en Chile se empiece a dar los pasos reales, para una verdadera y nunca empezada transición.
Pero, es necesario incorporar a toda esa masa que está embrutecida con los programas de farándula que los medios oficiales exhiben. Esa masa sigue siendo mayoritaria. El día que la masa crítica de gente consciente supere a esa masa embrutecida por la tele otro gallo cantará en Chile. Por eso la derecha gasta tanto en mantener a la gente inconsciente. Los secuaces de la derecha saben que si todos los chilenos nos despertamos al unísono, les habrá llegado el día del juicio final.