Visitas
Por:
Marco Minguillo
Foto: Igor Videla
“Esa tarde íbamos en un taxi y nos dirigíamos hacia la casa de unos
familiares. Ella estaba sentada a mi lado y hablábamos de nuestros planes
matrimoniales. En esos instantes, creo que fue al dar la vuelta en una esquina
cuando escuché disparos, sonido de vidrios que se rompían y gritos. Muchos
gritos. No comprendía nada en esas milésimas de segundos. Sólo sentí pánico y
me abracé a ella. De pronto, el auto chocó, no sé si fue contra una pared o un
muro, y nuestros cuerpos volaron hacia adelante. Recuerdo que levanté la cabeza
con dificultad y mi mirada se posó en la cabeza calva del taxista, que colgaba
en desarmonía de su tórax. Manchas de sangre por todas partes y el rostro de
ella, más pálido que nunca, pegado a mi pecho. Sus ojos abiertos, despavoridos,
me miraban desde el otro lado del mundo y sólo pensé en abrazarla nuevamente,
con todas mis fuerzas, en medio de ese torbellino de sudor y sangre…”
La mujer de cabello corto y rubio, vestida con jeans y zapatillas, está
sentada frente al hombre, con las piernas cruzadas, y anota con interés lo que
él le va narrando. La mujer le alcanza, con delicadeza, unos pañuelos de papel
y el hombre, cabizbajo, hundiendo las pupilas en el suelo trajinado, se va secando
las lágrimas.
Es la cuarta vez que ellos se encuentran en esa oficina, desde cuyos
ventanales se divisan edificios amarillentos, la vía del tren besando las aguas
de un lago en deshielo y atrás, bosques inconmensurables de pinos y abedules
que se difuminan en la niebla.
El hombre le dice que ya no desea hablar más por el momento. Escucha que
la voz de la mujer lo trata de calmar y alentar, para finalmente recibir una
nueva cita. Se volverán a encontrar dentro de una semana y se despiden dándose
las manos.
Luego de unos cinco o diez minutos, la mujer concentra el interés en su
agenda del día, lee mentalmente un nombre femenino árabe y sale a recoger a su
nueva visita, pasando por corredores largos, iluminados, en donde hay puertas
cerradas y abiertas, desde donde atisban papeles sobre escritorios,
computadoras y tazas de café. Antes de abrir la puerta, que da hacia la
recepción, piensa en la visita que recibirá y en las calles desangradas de
Bagdad.