Det
kommer att regna … enligt dagens prognos ;)
Por:
Julio Brehaut
Foto:
Igor Videla
Aquél día lo recuerdo muy bien porque la semana
anterior había llovido sin cesar. Fue al
bordear el mediodía de una tercera semana de junio que el sol caía de lleno en la
ventana de la oficina. El tiempo, sino se había detenido, parecía ir más lento
de lo normal en ese ambiente en el que el calor se hacía cada vez más
insoportable. Venciendo por fin el letargo, me tomé, con prisa y sin pausa, el
resto del café y luego recogí los papeles del escritorio, la portátil y el
periódico del día anterior. Bolso en mano y presuroso me eché a la calle con la
irrevocable decisión de tomar un baño de sol en alguna parte de Estocolmo. El
clima suele ser inestable durante este período del año, con cielo despejado o
nublado y con lloviznas. Mis doce años de vecino regular en esta ciudad me
habían enseñado a llamar verano a los momentos soleados y calurosos, como el de
ese día. Poco antes de cruzar el umbral del edificio, camino hacia la estación
del metro, había cumplido con el ritual de ponerme las gafas de sol. Siempre lo
hago. No solo para proteger mis ojos de
los penetrantes rayos solares sino también para no fruncir el ceño y evitar las
arrugas. Después de cumplidos los treintaicinco hay que pensar seriamente en
ello. Cuando me pongo las gafas de sol siempre pienso en Louise, una rubia de
semblante serio que conocí hace mucho tiempo atrás. La primera vez que la vi,
imaginé, sin exagerar, que tenía treintaicinco años porque aparte de una
esbelta figura tenía un rostro cero arrugas. Un mes después de haberla
conocido, Louise me confesó en privado, para mi gran sorpresa, que estaba cerca
de los cincuenta años y que el secreto de su belleza facial era no reírse y
usar gafas de sol Ray-Ban Aviator,
fundamentalmente en tiempos de verano. Tomé parte de esa confesión como un
consejo así que haciendo un gran esfuerzo remplacé las gafas sol baratas que
tenía en mi poder por unas Gucci originales filtro 4.
Por fin subí al metro con dirección al centro de
Estocolmo. Es curioso, si hubiese estado en otra ciudad buscando el lugar
adecuado para disfrutar del sol hubiese evitado, a toda costa, desplazarme al
centro urbano. Pero cuando me encuentro en Estocolmo mi trayectoria es
extrañamente centrípeta. Acaso este impulso que me arroja inconscientemente a
la apropiación simbólica de un espacio ajeno se deba a mi inexorable condición
de sujeto urbano-migrante. Tal vez. Pero situado en el corazón del imaginario
urbano sigo siendo un paseante, un flâneur
anónimo que situado en una posición de ajenidad marginal se pierde en medio de
la muchedumbre. Alguna vez le comenté de estas elucubraciones a mi madre en
medio de una cena en su departamento. Me miró fijamente a los ojos y me
contestó con su característico tono de voz, suave y tranquilizador: “deja a un
lado las pelotudeces mijito. Yo a ti te quiero seas como seas”. No le exigí me
explicara detalles de su respuesta;
preferí mantener su sentencia intacta con la intención de reflexionar
sobre sobre sus posibles múltiples sentidos en otro momento. Después de la
agradable cena mi madre me ofreció, como siempre lo suele hacer cada vez que la
visito, una infusión de tilo.
Ya sentado frente a la ciudad vieja, en una las bahías
del lago Mälaren, me rendí frente a un
cielo totalmente despejado. A medida que pasaba el tiempo el sol iba calentando
la atmosfera, elevando la temperatura.
Recuerdo bien aquella escena: el sobre caía de pleno sobre la plaza, no
había sombra que inquietara aquella solemne luminosidad. Los rayos de sol no
quemaban, acariciaban y revitalizaban mi piel de difunto. Intentaba alargar los
segundos porque ese instante revelaba la plenitud de mi existencia. Atrás
aguardaban las obligaciones, la rutina y las inevitables llagas profundas que
guardaba en la memoria. Como digno complemento de aquél ritual de celebración,
una voz interior me entrega los versos perfectos de Jorge Guillén. Imaginé al
poeta ahí, como yo, con el alma embargada por un sentimiento de júbilo. Detrás
de mis gafas de sol, no sabía si el firmamento era azul pero si tenía la
certeza que era compacto y curvo. No importa si transcurrieron segundos,
minutos u horas. El instante me pareció
simplemente eterno hasta que de improviso el sonido de alerta del sms me sacó
de cuajo de aquel ritual que iba adquiriendo visos de una ceremonia de
sanación: Hej, Vad gör du? Har du barn i
veckan? Var ska vi fira midsommar? Puss.
Malin. No supe darle una respuesta de inmediato. Preferí acudir al calendario
para no despertar sospechas sobre mi torpe control del tiempo. Cuando comprobé
que el solsticio de verano se celebraría en los próximos dos días le contesté:
-
Hej, Solar J
J är barnfri resten av veckan. Var ska vi fira midsommar? Vet ej, men hur?
kanske. Grilla?
-
Malin: Ok, ok… det kan vi diskutera. Har
du paraply med dig?
-
Nej, varför?
-
Malin: Det kommer att regna … enligt
dagens prognos;) ses vi sen.
Levanté la
mirada y revisé detenidamente el firmamento. La respuesta de Malin no alcanzó a
ser un mal presagio porque las nubes estaban ahí, acechando. Minutos más tarde
un velo gris había cubierto por completo la ciudad. Apenas me dio tiempo para
correr y guarecerme de la intensa lluvia que se había desatado.
En una
cafetería, que me sirvió de refugio durante el tiempo que llovió, escribí a
Malin un sms:
-
Joder!
-
Malin:
Welcome to Sweden! Puss