miércoles, 11 de abril de 2012


¡¡ Ateos del Mundo: uníos!!

Por: Jorge Rubio
“Hoy estoy frente a vosotros para hablar de un tema inquietante del que hemos tomado conciencia estos últimos años durante nuestros encuentros entre benedictinas. No es fácil hablar de esto, pero es necesario poneros al corriente de que, en algunas situaciones, las religiosas benedictinas nos vemos obligadas a llevar una cruz muy pesada, como víctimas del comportamiento sexual de un cura. Callar significaría consentirlo.”

(Extracto del informe presentado por Esther Fangman, monja benedictina y psicóloga y que fue presentado al Congreso de abades, priores y abadesas de la orden benedictina celebrado en Roma en septiembre del 2000).

Sin duda que la crisis moral que vive la iglesia católica en estos tiempos, a raíz de los numerosos casos de escándalo sexual que afectan a un número importante de sus sacerdotes, en todo el mundo, y hablamos sólo de los que se denuncian, y aun más, de aquellos que trascienden a la opinión pública una vez denunciados, incluidos los casos de pedofilia, que son los más graves, surgen voces que preguntan, y se preguntan a su vez, en qué condiciones quedará su fe, y la fe de los otros católicos, con esta situación. Producto de ello muchos creyentes católicos se cuestionan aquello que han profesado por tanto tiempo.

En la otra vereda, los creyentes y/o practicantes de otros credos se soban las manos presenciando este carnaval de escándalos en que los protagonistas son aquellos llamados a ser ejemplo de virtud.

Yo no me atrevo a decir que este espectáculo me resulte indiferente, aquello sería faltar a la verdad, pero ateos y agnósticos no nos debemos inmiscuir, y sólo debemos contemplar esta avalancha de ropa sucia del clero católico que aflora por los ventanales de los templos del Señor, quien contempla abrumado la hipocresía moral de algunos de sus exponentes. ¡Cuánto les ha repetido que la ropa sucia se lava en casa!. Pero, lamentablemente, mi Señor, ya es tanta la ropa sucia que ya no es suficiente lavarla en casa, ya estos escándalos trascendieron y ahora son de conocimiento público, y algunos casos los ha resuelto y otros los están resolviendo en los tribunales de justicia en muchos países. Y cuando se condena a personas individuales y éstos caen bajo la espada de la justicia ordinaria, también con ello se está condenando a aquellos que fueron cómplices de tantas felonías, a quienes los ocultaron, a quienes negaron, a quienes pagaron por el silencio de las víctimas y de sus abogados y, en último caso, por omisión.

Nuestro conflicto con la iglesia católica, en particular, y con las otras religiones de la competencia, en general, es mucho más profundo y desafía la cuestión de una divinidad creadora de todo lo existente. Aún más, en el hipotético caso, repito, en el hipotético caso, que los curas fueren de verdad modelos de virtud, nuestras discrepancias con la iglesia no serían menores. La cuestión es, entonces, en qué pie quedamos los ateos después de todo este escándalo.

Parto enfatizando que nada de lo que ha ocurrido nos sirve como argumento para sostener que no tener fe es mejor que tenerla. El destape de los escándalos sexuales de estos curas y la complicidad de la jerarquía católica, no constituye prueba alguna de que Dios no exista, o que Jesús no haya resucitado o que María no haya sido una mujer auténticamente virgen. Nuestra mirada está mucho más allá y no nos aporta mayores argumentos el presenciar estos lamentables casos. Aquellos que de verdad creen sinceramente en un ser superior bondadoso, a mi juicio, pueden seguir haciéndolo tranquilamente. Agregar una porción más de contradicciones a esta torta de contradicciones no hace la diferencia.

Sin embargo, todos estos casos de apremios sexuales, o travesuras sexuales, o falta a la confianza a la fe que la santa madre iglesia depositó en ellos, o cómo sea que los llame la iglesia, y todas sus conexiones, nos sirven para recordar que el estándar moral de las personas no se mide por su filiación religiosa. Que decirse “católico” no sirve como una presunción de comportamiento ético. Y que, por el contrario, ateos y agnósticos somos merecedores del mismo respeto social que reciben los que más se golpean el pecho. El decirse creyente no es sinónimo de virtud.

En muchísimos círculos reconocerse ateo equivale a confesar una desgracia. O peor aún, a hacerse digno de una especie de sospecha moral. A fin de cuentas, ¿a qué le tememos aquellos que no tenemos Dios? La respuesta debe ser contundente: una vida sin ritos religiosos puede ser tanto o mejor, desde el punto de vista de la virtud personal, que una vida abundante en cruces, santitos, misas u oraciones. También tenemos nuestras creencias, seculares, claro, respecto de cómo transformar al mundo en un mejor lugar para todos. Estas se han desarrollado racionalmente y en muchos casos son más aptas para responder a las preguntas de la vida moderna que las que se encuentran en textos escritos hace dos mil años, sin confirmar.

Para los cristianos la existencia de Dios es un hecho y para ello les basta con su fe de que es así. Cuando se les pregunta por qué creen que Dios existe recurren a argumentos que tendrá mucho sentido para ellos, pero no para un ateo. El preferido es "porque la Biblia lo dice", esto, en lógica, es un argumento circular y por tanto irrelevante. Como la Biblia es "palabra de Dios" es obvio que Dios existe, dicen los cristianos, sin darse cuenta que un escrito que dice que algo existe no puede ser prueba de la existencia de ese algo, por más bien escrito que esté. Lo que cabría preguntar que cómo saben que la Biblia es en realidad "palabra de Dios" (nótese que los musulmanes no opinan lo mismo y ellos también son creyentes en Dios); "porque así me lo enseñaron", esto a la postre, siempre termina en un mismo punto "creer por que sí" y eso a toda vista es irracional. En definitiva, la fe con fundamentos es religión, y la fe sin fundamentos, es fanatismo.

El agnosticismo está esencialmente indispuesto a hacer decisiones a favor o en contra de la existencia de Dios. Los teístas creen que Dios existe. Los ateos creen que Dios no existe. Los agnósticos creen que no debemos ni creer ni negar la existencia de Dios, porque es imposible probar una u otra cosa. Se supone una posición intelectualmente superior a la de los ateos, lo que a nuestra vista, los hace navegar entre dos aguas. Resumiendo, a mi juicio, me quedo con aquella definición, entre unos y otros, que leí en alguna parte: “Los que dicen ser agnósticos son los ateos que no se atreven a decirse a si mismos ateos. Los que dicen ser ateos son los ateos que si se atreven a decirse a si mismos ateos”. Y punto.

Es hora que los ateos, agnósticos e incluso deístas (aquellos que creen en la participación de una inteligencia superior en el diseño del universo, pero no meten a Dios en los acontecieres cotidianos ni dan un peso por la validez de los enviados de Dios ) salgan del clóset. Mientras más seamos, más convencidos estemos y más ayuda inesperada recibamos de los vicarios descarriados habidos y por venir, más haremos retroceder ese miedo social a rechazar los convencionalismos católicos, desde la presión a “hacer la confirmación” o “casarse por la Iglesia”. El catolicismo no es la opción por defecto. Debe estar acompañada de una voluntad explícita de participar en dicha comunidad de creencias. El resto… hagamos y digamos la firme.

Así sea.


Por Culpa De La Virgen...


Por: Cecilia Valdés

Por culpa de la Virgen, no quise ir más a la escuela, casi al término de mi primer año escolar...Claro que, más bien la culpa fue mía, aunque tenía sólo siete años, tengo que asumir mis propias ”metidas de pata”, mis errores. Mis padres decidieron ponerme en la Escuela Parroquial, escuela de monjas católicas, que quedaba al otro lado de la línea del tren. Me imagino que en ello decidió mi madre, pues mi padre deber haber sido partidario de ponerme en la escuela pública, porque era fiscal y además quedaba más cerca de casa; pero, desgraciadamente, había (todavía los hay) prejuicios clasistas, incluso de los niños, para marcar las diferencias.

Las monjas eran extranjeras, norteamericanas (quizás no hablaban castellano muy correcto) y españolas, eran dulces y simpáticas, yo me sentía bien allí y -como ya sabía leer, antes de empezar la escuela -debe haber sido además todo muy fácil para mí.

El problema se me presentó a fines de año, para la fiesta de término del año escolar, representaríamos el Nacimiento de Jesús; por alguna razón (no sé si alguna monja me lo había insinuado o me lo imaginé yo) el papel de la Virgen María lo haría yo. Llegado el momento, no fue así, el papel se lo dieron a una niña morenita, más representativa chilena; quedé frustrada, me correspondió hacer de pastor. Teníamos ensayos todos los días y ya no teníamos clases; mi rol exigía estar sin zapatos y había que pasar por el patio de baldosas, hasta el salón de actos, lo que también me irritaba -nunca he soportado andar descalza, mis pies sólo aceptan la suavidad de la arena.

Le dije a mi madre: “no quiero ir más a la escuela, no nos hacen clases y tengo que andar todos los días a “pies pelados”...

?Cómo lo convencí?, no sé, pero no volví a esa escuela, me imagino que debo haber ido a buscar mi certificado; al año siguiente me pondrían en otra escuela (de monjas también)... Todo por culpa de la Virgen, o porque yo no fui la Virgen...Eso no creo habérselo dicho a papá...Paradojalmente, años después fui elegida para ese rol justamente por mi piel clara en la escuela pública, deben haber habido varias niñas frustradas, como lo fui yo, por culpa de la Virgen...