martes, 30 de octubre de 2012


YURI NUNCA FUE MI PRIMA.
(Este amor ya no se toca) 


Por: Patán Zamoransky

Linda la vida moderna del modernismo modernista, estaba viendo a la reina del Kisht, a la Mexicana Yuri bailando a todo ritmo el ”Este amor ya no se toca", simpática la Yuri, linda; ahora que fui a Chile me enteré de que éramos familiares lejanos, de que un primo de alguien  emigró a Costa Rica y de ahí a México y por el sexo de la vida apareció la rubia oxigenada, un espermio que fue a dar a una catedral rosada llena de música súper comercial, ”no insistas porque yo te negaré mi boca”. Linda la Yuri, yo la veía en Chile en un televisora con un tenedor de antena y una Doctora Judía, con las mejores piernas del mundo, me ponía una inyección de penicilina y la Yuri cantaba: ”…estalla la tormenta el cielo no está aquí será la última noche que pase junto a ti…” y yo gritaba y la médico con el mejor trasero de la humanidad pensante me inyectaba el doloroso remedio en la blanca superficie mía, ”…mas si me lo permites te quiero demostrar que sé sacrificarme que tengo dignidad..” ..la doctora y el enfermizo al que las costillas se le alumbraban y la fiebre le torturaba, lo trataba como un niño y el niño le miraba el cuerpo, le espiaba hasta los gustos musicales. A la doctora le gustaba ”Piero” y sus canciones revolucionarias en donde la gente coreaba que querían ”Liberación”, el niño aúlla de dolor , las piernas se tensan y maldice al que inventó la penicilina , al que elevan a la categoría de Héroe en la escuela, y Yuri canta  ” …y luego debes tener valor despídete si decirme adiós…” y baila y dice que a este amor ya no se lo tocan y la Doctora dice que el dolor ya se disipará y el dolor no se aparta y luego la viene a buscar el barbudo culiado que tiene de amante y se desparece de la historia y no retorna sino hasta en un día de sol y minifalda a conversar con mi madre y yo en el patio mirando para el mar y para el lado.  Ahora vuelve Yuri en el computador, Yuri, mi prima hiper lejana  canta en la internet ”…amémonos solo una vez más y luego debes dejarme debes marcharte..” pero desde que los de la empresa de la internet ”actualizaron” el sistema, la red está más lenta, y de repente la Yuri con su ballet ”marikantunga” se detienen y las mechas doradas se paralizan en el éter, y a los segundos recuperan el movimiento, y me frustra  que me vendan gato por liebre a cada instante, de que la empresa de los canales se ”actualice” y suba el precio  y quite de la sintonía un par de canales, de que los viejos mueran pobres, y de que en los trabajos reduzcan el salario y el personal y con la sinfonía de un comercial de pasta dentífrica dejen a los que sobreviven el despido con un peso laboral de condenado a muerte en la cárcel de Papillón y transpirando como una víctima de la penicilina, de que el periódico haya expulsado a cuarenta periodistas y quitado la parte cultural, de que siempre nos prometan algo mejor y nos den algo peor y nos cobren más, de que la vida eterna venga siempre después de la muerte . ¿Que hoyo negro se traga las ganancias?  ”…No tengas miedo decídeteee, a dar la cara y acercaté…” Si no hay que ser comunista para reclamar, cualquier ciudadano tiene todo el derecho del universo a quejarse de que los evangélicos están ocupando la cancha de Volleybol, de que el tiempo no alcanza para estar con su familia, de que la constructora es como el ajo mismo y la casa está llena de hongos, de que la señora esposa me rebaja el arancel de las libertades, de que el marido nunca más la llevó al cine y el weón está engordando en el sofá , todos se pueden quejar y todos pueden actuar y moverse un poco. … ” y roba el último beso que hay en mi bocaaa ”” y le digo a mi señora que la Yuri es mi prima hiper lejana y mi señora me mira y mira mis botellas de cerveza y me vuelve a mirar y me pregunta de que si estoy fallado de la cabeza y yo le contesto que aquella tarde de invierno y estufa en Viña del Mar mi tía Ana, viendo las fotos en blanco y negro, me contó la historia de mi familia. Mi señora me señala que estoy confundiendo dos tardes en las cuales estaba borracho en Pisco, una tarde en Viña del Mar y la otra en Iquique en donde ”la Gilda”, su prima, nos relató esa historia; para no hacerla más larga la Yuri es familiar lejano de mi esposa y no mía... y no mía ! …me da una tristeza, profunda, como si hubiese perdido algo, como si mi esposa me hubiese quitado un farol. La Yuri estaba lejanamente emparentada con los "Valenzuela" descendientes de la cantinera Filomena Valenzuela Goyenechea, heroína de la guerra del pacífico, o sea que el alma musical que trepó hasta la catedral rosada del óvulo omnipotente llevaba genes iquiqueños y peruanos y chilenos pero nade de mí, nada, la Yuri nunca fue mi prima, nunca, nada más yo abrigaba la idea mientras viajaba solo rumbo al trabajo en la ventana del tren mirando hacia el oriente.
                                                                                          
Hoy nos quejamos de los resfríos y de la injusticia y de las malditas primaveras, de que tenemos que vivir lo mejor y lo peor, de los remedios peores que las enfermedades y de lo que quisimos ser y en el otoño de la vida vemos tan distante y caemos en cuenta de que el ahora vale la pena y de que si alguna doctora judía de caderas que quieren romper la falda se acerca a ti a enterrarte una inyección de penicilina, acepta el suplicio y luego date vuelta a devolverle el gesto y en tus labios porta las frases de la miel y la leche y dile que contigo va a pasar el mejor ”Yom Kipur” de la historia, que tu champaña será la más cara del ”Rosh Hashaná”, y ponte algo pícaro que a las mujeres les divierte y dile que estás más allá del ”aleph” , que vuelas, que vas y vienes, dile que tu pecho será el muro de los lamentos, y el monte de más olivos será tu cama y al otro día cuando somnoliento te levantes a abrir tu puerta a la que llaman los de camisa y corbata que vienen a venderte actualizaciones de sistema, mírales y cántales ”ese amor ya no se toca , no insistas por que yóoo te negarée mi bocaa… porque este amor ya no se toca….”, por que tú ya te sabes el artilugio, tú ya descifraste el artificio, y sonríe, porque, a pesar de todo, el mundo aún quiere ser recorrido, a pesar del cansancio de la tardes, a pesar de la imagen dolorosa, a pesar de que la Yuri nunca fue tu prima.

EL PADRE ORGULLOSO Y SUS VIVENCIAS ESTUDIANTILES

Por: Marco Baeza
Foto: Marco Orihuela

En Agosto del año en curso, tomé la mano de mi hija Amelia y caminamos sin apuros, ella me mira y sin quererlo me hace cómplice de su alegría; es un día especial, es su primer día de colegio, uno de miles en su larga peregrinación por los caminos de la educación. Llegamos a su escuela, y todo mi ser se llena de júbilo, una profesora de cara bondadosa se acerca a nosotros y nos da la bienvenida, todo transcurre en forma relajada; queda de manifiesto en mi hija y en los demás niños un afán casi descontrolado por entrar a sus salas y saciar sus curiosidades. Dejo a mi hija en el colegio con la tranquilidad de que está en buenas manos y me dirijo a mi trabajo; mientras camino pienso en lo diferente que son nuestras vidas, me acuerdo de mis tiempos de colegial y trato de compararlos con los de ella y por más que busco similitudes no las encuentro; por ejemplo, no recuerdo expresiones de júbilo por parte de mis padres al comenzar el año escolar. Hoy que estoy viejo puedo comprender por qué el orgullo que ellos podrían haber sentido se opacaba con un sinfín de preocupaciones, es que para las familias de escasos recursos en los tiempos del general, un hijo que comenzaba  un año escolar significaba escarbar bolsillos ya escarbados en busca del dinero que por esos tiempos siempre escaseaba; sí, había que escarbar para hacer frente a los costos relativamente altos que significaba optar por educarse. Las listas de útiles escolares se tornaban interminables, de los uniformes escolares mejor ni hablar, muchos heredábamos los uniformes de nuestros hermanos o de primos, la ropa se agrandaba o achicaba según el porte del donante, los gastos no se detenían, también estaba la matricula, algunos colegios también se daban el gusto de cobrar cuotas mensuales, y para hacer la huevada mas representativa, te obligaban a comprar la insignia. Si hay algo que yo odiaba en mis tiempos de colegial eran los lunes. Aun recuerdo cómo nos obligaban a formarnos frente al pabellón patrio para entonar el himno nacional, escuchar los discursos huecos del director del establecimiento y rememorar alguna batalla en las que casi siempre éramos derrotados; después  de estos actos, y sin perder la formación, nos hacían marchar a nuestras salas, prohibido estaba reír, conversar o cualquier expresión  social que alterara el orden impuesto por estos pedagogos de lujo que pululaban por esos tiempos. Sin perder la formación, había siempre que esperar que el profesor o la profesora en un acto piadoso nos hiciera pasar a nuestra sala; ya una vez dentro no había tiempo para relajo. Se venía la pasada de lista y al escuchar tu nombre debías responder casi con un tono marcial PRESENTE. Después de pasar lista se procedía a control de aseo personal, uno por uno parados frente a la clase debíamos soportar esta especie de vejamen propinado por los profesores: te miraban los oídos, el pelo, las uñas el cuello, los pies, etc. etc., como poniendo en tela de juicio los cuidados de tus padres para con tu persona. Muchas veces me pregunté: ¿y a estos huevones quién los controla? Después de estos atentados en contra nuestra se procedía a reunión de curso. Ahí el profe jefe hacía hincapié en lo importante que era vender bonos para la próxima elección de la reina del colegio, y sí o sí te metían un talonario con la obligación de vender todos los números; si no los vendías, nuevamente nuestros padres se veían en la obligación de escarbar en sus bolsillos ya escarbados; cresta que éramos ingenuos, o mejor dicho, cresta que eran ingenuos nuestros padres, cómo a nadie se le ocurrió preguntar dónde iban a para todos los dineros por las ventas de bonos, Entre himnos, discursos y vejámenes  se nos iba medio lunes; recuerdo que sonaba la campana, llegaba la hora de colación y a formarse nuevamente para llenar el estómago con una leche que no era leche y unas galletas duras como las mismas piedras.

Por la tarde después de salir del trabajo llego a casa y espero a mi hija Amelia, mi señora pasaría a recogerla al colegio, llega y no le doy tiempo a que cruce la puerta, la lleno con preguntas, ella solo atina a mirarme, hoy estuvieron aprendiendo el abecedario, tiene una tarea, escribir tres palabras con la letra R, escribe ratón, también rosa, y me pregunta a mí por la tercera. Yo, sin ni siquiera pensarlo le digo Respeto, me mira con sus ojos inocentes y me pregunta: ¿papa qué es respeto? Me siento a su lado y trato de explicarle, al mismo tiempo me acuerdo nuevamente de mis años de colegio y me pregunto si algunos profesores de mi época sabían el real significado de magna palabra. 


Una mañana cualquiera, ahí, en los terrenos de don Floro; ahí, a la entradita del camino a Colliguay, estaban reunidos los trabajadores cobijados a la sombra del sauce llorón, ese que colinda con el estero, hablando de fútbol, de la tele, o de sus animales, o qué sé yo de qué  hablaban. Lo cierto es que se reían a todo pulmón, se palmoteaban las espaldas entre ellos después que alguno contara alguna chanza. Eran buenos para las tallas y las bromas los carajos.
El terreno se mostraba verde, de ese verde brillante que se ve al inicio de la primavera, gozando de las bendiciones que le prodigara el invierno con sus lluvias, que ya estaban en retirada. El estero mostraba orgulloso el paso de las aguas cristalinas que se perderían más abajo buscando un cauce mayor. Por un costado del enorme patio se observaba, altiva, la casa de don Floro, toda pintada de blanco con su techo de tejas rojas. La esposa del patrón mantenía algunas plantas ornamentales cerca de las paredes frontales, en lo que para ella era un jardín, que lo mantenía med
ianamente vivo luchando contra los perros que se revolcaban entre las plantas y los animales que venían a devorarlas. Era una lucha permanente contra esos animales, que lo hacía sin la ayuda de su esposo, indiferente a esto de las “plantitas de la Vieja”, como las llamaba él.
Por el otro frente, al fondo del patio, el terreno se encaramaba entre los árboles y la maleza que se erguían trepando el cerro que se perdía y volvía a aparecer más allá formando otra colina, y así, hasta perderse mucho más allá, rozando las nubes.
En un momento, uno de ellos, con una señal invisible, alertó al resto del grupo. Como sacudidos por una corriente, bajaron las voces y las risas fueron menguando hasta convertirse en casi un susurro. Don Floro se acercaba caminando hacia ellos, con paso altivo, brioso, portando su eterno sombrero de ala ancha, calado hasta el fondo y levemente inclinado hacia el lado izquierdo de su calva cabeza, lo que le daba un aire de patrón de fundo, que es lo que era en realidad.
Se allegó al grupo de hombres que ahora guardaban, más que respetuosos, un temeroso silencio. Expulsando el humo del cigarrillo por un costado de su bigotuda boca, se dirigió a todos, y a ninguno en particular:
---- Qué se teje, muchachos.
Por un momento ninguno respondió, en un instante que se hizo incómodo para todos. Fue el Negro quien sacó la voz:
--- Nada, patrón. Aprovechando el solcito. Está linda la mañana.
Ahora fue el Manolo quien se animó:
---Esperando la pega, patrón. Ahora que se fueron las lluvias, hay harta pega.
Para aquellos que lo conocían bien, sabían que por su semblante don Floro algo más guardaba en su interior. Quizás buscaba las palabras precisas para pronunciarse. Éste le dio una última calada a su cigarro y luego lo dejó caer al suelo húmedo, aplastándolo con su zapato.
--- La patrona quiere hacer una comilona para este domingo. Le ha dado con que celebremos nuestro aniversario de matrimonio. ¡Putas, digo yo, si ya lo celebramos el año pasado, pa´ qué cresta celebrarlo de nuevo!, digo yo. Ahora le ha dado con que matemos la chancha, ¡y qué culpa tiene la chancha!, digo yo.
Las miradas de todos se dirigieron al Manolo, quien era el que pagaba las  consecuencias en los antojos de la patrona, o cualquier otra tarea que a los demás les causara incomodidad. Por lo demás, ya sabían a quien iban dirigidas estas palabras. Don Floro, rápidamente, confirmó esta sentencia:
---- Oye, Manolo. Por qué no te encargaí tú de darle el bajo a la chancha.
Manolo intentó una feble defensa, y no por la chancha, sino por el trabajo que ello implicaba.
--- Pero, patrón, si la chancha parece que está preñá.
--- Mira, le respondió el patrón, --- anda vos a decirle eso a la Vieja, poh.
Manolo solo se limitó a bajar la vista, consciente de la contundencia de la respuesta. No venía al caso insistir.
 --- Ta bien, patrón. ¡Chiss, la peguita que me tocó!
--- ¡Ya, déjate de refunfuñar, y anda no más a buscar las herramientas! Ah, y aprovecha de sacarle filo al cuchillo.
Y partió Manolo, refunfuñando, hasta las casas, a cumplir con la tarea asignada. Al rato lo vieron caminar en dirección del pequeño corral, portando un trozo de cordel y un enorme cuchillo cocinero.
--- ¡Oye, Manolo!, le gritó don Floro, --- ¡Dale el bajo a la chancha allá al fondo, mira que con la gritería que se va a armar va a saltar la Vieja! Luego, bajando la voz, habló para ninguno.--- No sé quién metería más bulla, si la chancha o la Vieja, digo yo.
El patrón se quedó con el grupo conversando y riendo, relajado, ahora que ya se había sacado ese peso de encima. Ya había cumplido con el mandato de su mujer. Y así pasaron los minutos hasta completar una hora. De vez en cuando alguno daba un rápido vistazo hacia el cerro por donde había partido y debía regresar el Manolo. Y seguían pasando y pasando los minutos que ya sumaban algo así como tres horas. El Rucio fue el más impaciente:
--- Oiga, don Floro. Putas que se demora el Manolo con la chancha. Si tenía que puro carnearla.
--- En realidad, le responde el patrón, --- ¿Pa ónde habrá cortado este cabro?
Ahora todos se plegaron a la mirada intranquila del patrón, tratando de ver lo más lejos posible, hasta allá, en lo alto del cerro.  En eso estaban todos, cuando de repente ven aparecer por otro costado al Manolo, que caminaba por entre la maleza y los arbustos, apesadumbrado, arrastrando sus pies, con su chaqueta colgando de uno de sus hombros y el cuchillo en una mano. Pero venía sin la chancha.
--- ¿¡Y qué diablos te pasó con la chancha, carajo?!, le espetó don Floro.
--- No sabe ná lo que me pasó con la chancha, patrón.
--- A ver, cuenta, cuenta. ¿Dónde diablos dejaste la chancha, cabro de porquería?
Manolo mostraba una mezcla de nerviosismo y vergüenza a la vez en su rostro, que los demás ya le conocían cuando algo malo le pasaba.
Se quitó la chaqueta del hombro, a la vez que tiraba el cuchillo al suelo, con movimientos lentos, que era nada más que para tomar valor y ganar tiempo en su respuesta.
--- Si llevé la chancha pal fondo, patrón, como me dijo.
--- Y, qué pasó.
--- No sabe ná, iñor, lo que pasó. Por allá detrás, ahí, en el bajo, le amarré el lazo del cogote a un árbol, con dos vueltas, me senté en ella y le agarré firme el cogote y cuando le enterré el cuchillo en la frente, no sabe na lo que pasó: salió corriendo pal monte, con el cuchillo enterrado en la frente, iñor. Se lo juro, patrón, se lo juro. Cruz pal cielo.
Don Floro guardó un silencio profundo, que los demás también ya conocían. Se ajustó su sombrero, como buscando alguna reacción ante la historia del Manolo. Sabía de la honradez de sus trabajadores, y sabía también de las limitaciones del Manolo. Finalmente, le lanza la pregunta que todos esperaban: --- ¡Y por qué te demoraste tanto, cabro?
--- Es que me demoré porque la perseguí pal cerro, patrón, y la busqué y la busqué, pero no la encontré por ningún lado, patrón.
--- ¡Y ahora qué le voy a decir a la Vieja, digo yo, que se arrancó la chancha, y que no habrá comilona por culpa tuya!
El Manolo ahora no tuvo respuesta. Sus compañeros se sumaron, solidarios, a su congoja.
---- Si quiere, patrón, subimos todos a dar una vuelta al cerro, a ver si la encontramos, cómo sabe---, le apoya, animoso, otro compañero.
--- ¡Que ná!, le responde el patrón. Si se fue con el cuchillo enterrado en la frente, ya debe de estar muerta por ahí. Ya se la deben estar comiendo los perros, o algún otro bicho, digo yo.
Finalmente, don Floro no se escapó de la celebración de su aniversario, ni de la comilona, aunque sin chancho. Pagaron el pato algunas gallinas y un cabrito regalón. El tema de conversación de Manolo y sus compañeros fue la fuga de la chancha, a quienes les narraba una y otra vez cómo había sucedido aquello.
Tiempo después, estando todos en el pajal, incluido don Floro, observan, estupefactos, que desde el fondo del patio se acercaba caminando, a paso cansino, un chancho. Y luego también vieron que traía un trozo de lazo amarrado al cogote. Y también vieron que traía un cuchillo enterrado en la frente.
--- ¡¡La chancha!!---, exclamaron todos, en una sola voz.
Y la chancha no venía sola. En una fila, como los indios, venían otros seis chanchitos chicos, a la siga de la chancha.

Y se los juro, señores lectores, se los juro: los seis chanchitos traían un cuchillo chico enterrado en la frente. Se los juro.
Así me lo contaron.