miércoles, 30 de enero de 2013



SE ANDAN PURO ESCONDIENDO

Por: Patán Zamoransky
FotoMarco Orihuela

Muchos de esos seres llamados “estocolmenses” se andan ocultando en sus covachas calefaccionadas por la sociedad del bienestar y calentitos allí adentro juegan a que el mundo de afuera no existe, así es fácil, mientras dure lo que dura dura, ... ¿pero de dónde proviene nuestro afán de hacernos invisibles? El ansia de escondernos viene desde que nuestros antepasados, parecidos a las ratas, corrían aterrados por túneles subterráneos mientras los dinosaurios hacían temblar la tierra y millones de años después, cuando nos humanizamos, expulsamos a los osos de sus cuevas y las decoramos con ilustraciones y en esas cuevas, al lado de una fogata, pudimos reproducir la sensación de estar escondidos en el vientre materno, flotando, inconscientes de la vida mundana. Y en esas viviendas de piedra el escondite, como una figura literaria, se transformó en una fuerza, en un impulso creador, una sombra vital, y desde ahí todo se guarda y se esconde, los trenes subterráneos se guarecen en la roca y merodean como los mamíferos jurásicos, o cuando una persona le insinúa a otra que le guarde algo o viceversa, la figura del escondite se vuelve un placer.  Pero el asunto no siempre viene bien, a veces a la gente la encarcelan por anhelar cambiar el paradigma y el escondite se torna en un castigo, escondidos de la vista pública en un hotel sin estrellas, alimentados con la más sana dieta de pan agua y duchándose sin jabón para evitar cualquier desgracia. También se adolece de libertad cuando las mamás les dicen “hasta las doce no más , mira que yo no me quedo dormida hasta que tu regresas” a sus incipientes criaturas para protegerlas de la violencia urbana y las criaturas se retuercen de las ganas de explorar la noche y se escapan por la ventana hipnotizadas por el techno y la luna llena.

          La gente se protege, tras una máscara llamada “Yo”, ocultan un vacío infinito y creen ser el “Yo”; mas ellos son aquel vacío infinito apto para ser explorado en un interminable viaje en paracaídas, no son la máscara, son el infinito.  No queremos que nadie se asome a mirar nuestro paisaje y lo cubrimos con una máscara diseñada por el país en el que nos tocó nacer, la máscara del “yo”, cual falso ícono vacío.  En el país en que nos tocó nacer nos asomábamos a la puerta con ojos vivaces, “váyase para la calle mijito que la vida está allá afuera” decían las viejas sabias que barrían la vereda para que uno no fuera a terminar pelotudo y asustándose con los automóviles y los perros nuevos. Tremendo zopenco es el que no conoce la sabiduría callejera y dichosos son los que la interpretan y que además siendo juveniles  se escondieron bajo una cama o dentro de un closet con la persona deseada y se dieron de besos, o se escondieron con la persona menos deseada, porque la oscuridad todo lo puede, y allí se  besaron mientras los sentidos se liberaron como una jauría de perros tras el zorro.

   Ahora eres mayor, siempre quisiste serlo, no reclames, los dígitos de neón brillan en la interminable noche de tu pantalla y tú te escondes de la vida adentro del fin de semana que va desde el esplendoroso Viernes hasta el Domingo. Ahí puedes ser otra persona y dártelas de artista para subir las fotos al Facebook y que todos sepan que eres libre. El Lunes temprano eres expulsado del paraíso y te estrellas contra el pavimento frente al paradero del bus, a las seis y media de la mañana los pajaritos trinan y el chofer se acerca para llevarte al trabajo. “La vida está allá afuera mijito.”

       Hubo una vez una pálida niña escondida, una niña pelirroja cuya madre había sido decapitada y esa niña supo leer el miedo y refugiada de su hermana media loca, y sin embargo al alcance de ella,  aprendió a endurecer su temple en la discreción y el estudio del latín. Cuando afuera del escondite sucumbió la tormenta la llamaron a terreno y le pusieron una corona. La pálida niña escondida, Elizabeth se llamaba, reinó con sabiduría; y con la soledad como compañera, hizo de su empobrecida isla un imperio que ni los mares detuvieron. 

        Los seres humanos vivíamos escondidos en nuestras cuevas hasta que la música nos liberó y hoy los Estocolmenses nos estamos escondiendo de nuevo, en nuestras covachas tibias, los estocolmenses treintones y cuarentones sin hijos se fondean, corren las cortinas, desconectan el celular y se ponen a ver sus seriales favoritas como si fueran drogas y se inyectan cinco capítulos seguidos directo a la vena, “Dexter”, “Juego de Tronos”,” The Big Bang Theory”, “Seven Feet Under”, “Los Archivos x”, “Los Vampiros culeadores”, etc., Usté mande, ahora tenemos la internet o compramos la serie en CD... un fin de semana de novelas filmadas para la “generación I-phone”, para la “generación I-paja”, para la “generación ay que estamos electrónicos”, y el mercado está saturado, no hallan qué vender los satanistas porque ya todos los mamíferos con zapatos tienen su celular inteligente para “dedear” matiné vermut y noche y en la casa un plasma, (eso sí nadie va al dentista porque es muy caro, tan claritos lo weones).  Escóndanse o “escondanséN” como dicen los cordobeses porque afuera les quieren vender sin vaselina, quieren puro hacer rodar sus cifras por millones en nanosegundos y especular con los valores monetarios, la droga del mundo de las finanzas al ritmo del techno-pop.  Estocolmo electrónico brilla desde el espacio sideral y los astronautas gritan “oye ven pacá, desde aquí se ve tu casa ” pero salir al espacio cuesta mucha plata, habría que arrendar el culo en Hollywood para irse de viaje en una de las naves de marca “Virgin”, ya tu sabes, la marca del tipo que comenzó haciendo casettes y ahora hace trenes y aviones con la misma marca, “Virgin”, y se fabricó un súper globo para dar la vuelta al mundo, pero cada vez que pasa por la China popular los chinos le dicen “bájate conchetumare o te bajamos nosotros” y hasta ahí llega el paseo del millonario que se esconde de su propia vida, así que no te sientas cobarde si te escondes, todos nos escondemos. Los aristócratas británicos se escondían de los tediosos años 40 en África e hicieron de Kenia el tremendo culiadero, eso sí con estilo, a las ovejas traídas de Gran Bretaña les ponían sombreros de sol y por la noche las parejas bailaban al son del vaivén colonialista y nada más al empezar a brotar la champaña las señoras se intercambiaban de maridos y al otro día nadie sabía de quién era la raja porque le daban duro al alcohol, a la cocaína, a la morfina. A los aristócratas que se fondeaban en Kenia les llamaban “la Pandilla del Happy Valley”, era que no, si lo pasaban chancho, y todo iba viento en popa hasta que un marido celoso no aguantó más las reglas del juego y le puso dos balazos en la cabeza a un dandy escocés de gran belleza y arrogancia  que por lo demás era como hacha para las mujeres mayores y para las recién casadas y  las sirvientas. No se pudo probar el crimen, pero al caballero rencoroso nunca más lo invitaron a una fiesta y murió abandonado. Su mujer se llamaba Diana Caldwell, y después del incidente le abandonó y se sintió sola; pero, no todas las chicas británicas llevan el peso de la soledad como una reina virgen, así que contrajo segundas nupcias y al aburrirse se divorció y al tiempo se volvió a casar y desgraciadamente quedó viuda y entonces la angustia la sobrellevó de tal manera que comenzó a acostarse con sus amigos y cuando los hubo probado a todos comenzó a por las amigas, y cuando se cansó de tanta actividad perniciosa comenzó a disfrazarse de hombre para que sus  delicados amigos mariconcitos la sodomizaran. Murió vieja y rica en 1987, pero para entonces los del “Happy Valley” habían pasado al olvido sin que nadie los nombrara por Londres y sin que jamás la reina los invitara a las fiestas de la realeza; y cuando estaban olvidados, y algo ocultos el palpitar de su hedonismo, recién sus hijos pudieron volver a bailar vals en los finos salones de la corona.

           El centro comercial más grande de Escandinavia se llama “Nordstan” y está ubicado en la ciudad de Gotemburgo. Para las navidades colgaban un enorme pino artificial que iba desde el techo al suelo para alegrarle la vida a los clientes, pero el enorme símbolo arbóreo era hueco por dentro, los alcohólicos lo ocupaban de hotel y los volaos se daban el lujo, y los libidinosos se entregaban a la “cochiná” de puros “marditos” que son porque en este país el sexo no está  reprimido. Y una vez fueron los guardias a ver qué secretos traía hoy el pino y se encontraron con la tremenda bacanal en donde todos los pecados anteriormente mencionados habían sido sacados a colación, cero respeto con el papá Noel, tuvieron que sacar el pino . Eso es lo que nosotros, la gente decente, nos preguntamos: “¿por qué cada vez que surge un lugar en el que se puede esconder más de una persona lo ocupan de motel parejero?” El otro día cortaron una arboleda tremenda, aledaña a un edificio por aquí cerquita, porque fumaban yerba y salía tanto humo blanco que la gente creía que habían elegido a otro Papá en Roma, o sea, paren el escándalo, ¿hasta cuándo chucha, es que no pueden dejar ni un solo puto lugar para la reflexión y la espiritualidad?, tienen que habilitarlo de opiadero o de Hotel California, o para cagar y mear. Increíble, cero respeto con la civilización Judeo-cristiana. Ahora respiremos hondo para relajarnos y pongamos música ambiental, me ponen tenso esos hedonistas incontrolables, parecen bestias sedientas de sentidos, amancillan los escondites con su sabia carnal. ¿O no? ¿O son unos activistas a favor del calentamiento global?, ¿o son, tal vez los encargados, de mostrarnos el camino de vuelta a las cuevas?                                                                                                                                              
          Nuestro deseo de ocultarnos va y viene con la ligereza de la vida, a veces nos escondemos de las voluntades de los otros. ¿Qué habría sido del austriaco Franz Reichelt, quien fue uno de los inventores del paracaídas, si le hubiese hecho caso a los demás?, a esos que le murmuraban “no, no lo hagas”. El inventor prefirió creer en sí mismo, en su propia voluntad creadora, y fue así como en un día 4 de Febrero del año 1912 saltó con su paracaídas desde la torre Eiffel y se reventó contra el pavimento, dejó en el suelo un hoyo de quince centímetros de profundidad y su paracaídas lo cubrió cual manto mortuorio. A los visionarios todo les sirve de algo. ¿Es bueno esconderse? ¿Es malo? Quién sabe, y por último a quién le importa, hay tantas maneras de fondearse como astros en una noche de parranda.                                                                                                       
          Nos agazapamos, salimos al escenario, hay atardeceres en que instamos a nuestros amigos y amigas a egresar de sus guaridas y a defender a los árboles y a los ríos y a la pacha mama, porque es el único lugar en donde nos podemos esconder del universo, de la hostil materia negra que todo lo adorna con estrellas y cometas. Aprendamos de nuestro escondite, sea este goloso, sea este taciturno, y emerjamos al infinito con estilo, como la última noche de un dandy, como la endeble seda que cubre la caída,  como la pálida niña escondida repartiendo su polen por las flores del mundo.