“Don Arturo, el Otro Héroe de Iquique”
Por: Jorge
Rubio
“Hoy, a poco más de 100
años de la irrupción del movimiento obrero chileno y de la gran masacre de la
cual fue objeto en la escuela Santa María de Iquique en el año 1907, cobra
sentido llevar a la palestra los grandes forjadores sociales que nuestra
historia oficial ha olvidado, y talvez repensar Chile desde los imaginarios que
alimentaron nuestro “proyecto país” durante el primer centenario”.
Nuestra Historia bélica guarda en sus páginas el nombre de aquellos
hombres, y muy escasamente el de alguna mujer, que escribieron páginas
importantes en las guerras que nuestro País se ha visto enfrentado. Sin duda
que dichos personajes hicieron merecimientos para guardar sus nombres, aparte
de ser oficiales de alta graduación al momento de la gloria. Porque, claro
está, de los soldados y marinos rasos poco o nada se escribe, a excepción del
rescate con las uñas que se hace de algunos personajes de la batalla de Yungay.
El 21 de mayo lo guardamos en un lugar destacado en nuestra Historia y
en nuestra memoria. La gesta de Arturo Prat traspasó fronteras y es reconocida
y ejemplarizada en lugares muy lejanos del punto del combate. Pero justo es
reconocer a otro héroe de aquel combate y que prolongó su valor y su valer más
allá de aquel 21 de mayo de 1879. En estas líneas quisiera expresar mi
reconocimiento y mi admiración a don Arturo Fernandez Vial:
Esa mañana, don Arturo, usted formaba parte de los 200 hombres que se
encontraban a bordo de la Esmeralda, un viejo barco que era usado como
“leñera”, ya casi dado de baja, y que fue rescatado para funciones menores en
esa guerra. Usted entonces era un guardiamarina, muy joven, con 21 años de
edad. El Huascar se encontraba ya al acecho, y todos eran concientes de lo que sucedería ante el poderío del barco
enemigo y de la inminencia de la tragedia.
No obstante, todos cumplieron con su deber. Ninguno arrugó. Poco antes
del combate, con el Huascar ya a la cuadra, usted, cumpliendo órdenes de su
capitán, subió a la jarcia armado de clavos y un martillo, y clavó la bandera
chilena en lo más alto, mostrando con
ello que la bandera no sería arriada. Esos martillazos resonaron en toda
la bahía de Iquique y aún resuenan en nuestras conciencias. Lo demás es
historia conocida. La Esmeralda se hunde bajo las embestidas y el cañoneo del
barco enemigo. Usted se mantuvo firme, en su puesto de “cabo de cañón”, hasta
el último instante. Muchos marinos murieron en su cubierta como consecuencia de
los disparos efectuados por la ametralladora instalada en el puente del
Huascar. Ésta era la única ametralladora que había entonces por estos lugares,
y por tanto, fue la única ametralladora
que se usó en toda la Guerra del Pacífico. De los 200 sólo 60 quedaron
con vida, y usted entre ellos. Luego fue tomado prisionero hasta diciembre de
ese año cuando fue canjeado por otros prisioneros.
A partir de entonces su carrera naval fue en un sostenido ascenso
derivado de las diversas responsabilidades que se le encomendaron, no tan solo
en el plano militar, sino que también como comisionado en actividades de
planificación. El año 1899 se le nombró Director de Territorio Marítimo, y ese
mismo año fue ascendido al grado de Contralmirante, y el siguiente, fue
nombrado Comandante en Jefe de la División de Evoluciones, como corolario de su
carrera naval.
El año 1903 aparecieron en Chile las primeras luchas sociales que
proponía el movimiento obrero. En Valparaíso los gremios marítimos y
ferroviarios planteaban la huelga como camino a sus mejoras salariales, lo que
derivó en una serie de revueltas que amenazaban con extenderse. El Presidente
de la República, Germán Riesco, lo designó a usted, en su calidad de Jefe de la
Plaza de Valparaíso, como interventor, otorgándole el máximo de atribuciones:
“Almirante, disponga usted de la inmediata dispersión de esa gente, aun
poniendo en práctica los procedimientos más violentos”. Pero usted, don Arturo,
no usó la violencia que le proponían, sino optó por el diálogo con los
huelguistas, aceptando gran parte del petitorio que estos exigían.
Qué distinta fue su posición a la que verían cuatro años más tarde, en
1907, los mineros del salitre, cuando como consecuencia de otra huelga por
mejoras laborales y salariales, 3500 pampinos fueron acribillados a balazos
frente a la Escuela Santa María de Iquique, ahí, al frente de donde descansan
los restos de la Esmeralda. En esa ocasión se trasladó un barco desde
Valparaíso con tropas para repeler a los huelguistas y sus familias. Este barco
se llamaba “Esmeralda”, que recogió el nombre de la otra Esmeralda, aunque no
su honor. Y este barco llevaba aquella ametralladora que se rescató del Huascar
y ella se usó, entre otras armas, para asesinar a cerca de 3500 pampinos con
sus familias. Entre ellos algunos sobrevivientes, compañeros suyo, don Arturo,
del combate naval de Iquique.
Su accionar en beneficio de los obreros, en razón a sus justas
aspiraciones y necesidades le costó la antipatía de sus superiores. Con
fecha 22 de abril de ese mismo año fue
destituido de su cargo y transferido a otra repartición, como sanción que le
imponía el Jefe de la Armada, almirante Jorge Montt. Desde ese momento
comenzaron una serie de censuras y represiones en contra suya, para luego
extenderle su cédula de retiro temporal, después de 31 años de servicio. Su
retiro definitivo de la Armada fue el año 1916.
Ya en la vida civil, usted dedicó su esfuerzo al desarrollo de
organismos sociales de instrucción; fundó escuelas nocturnas para obreros, y
organizaciones que se dedicaran a erradicar el alcoholismo en los trabajadores,
entre otras actividades.
Don Arturo, y perdone
que no lo trate de almirante, pero me cargan los títulos militares y todo su
clasismo, al igual que a usted, sabe que la Historia Oficial la escriben los
vencedores. Usted no perteneció a ese mundo clasista de la oligarquía militar,
sino que, por el contrario, estuvo al lado de su Pueblo, de los postergados.
Sus amistades no estaban en ese mundo, sino que con quienes compartían sus
ideales, entre ellos, la Gabriela Mistral y algunos líderes anarquistas. Su
nombre se pierde en los textos de historia tratando de ignorar, y que ignoremos
se legado. De usted hoy queda su nombre en un club deportivo, allá en
Concepción.
Usted en el año 1897
impulsó la fundación del Club Deportivo Ferroviario Internacional en la ciudad
de Concepción, institución antecesora que agrupaba a los trabajadores de la
Maestranza de los Ferrocarriles del Estado residentes en la ciudad. Como
reconocimiento a su gestión como interventor en la huelga de los trabajadores
marítimos y portuarios en Valparaíso, cuando ignoró las órdenes de asesinar a
los trabajadores en huelga, el club Internacional decidió, el 15 de junio de
1903, cambiar su nombre a “Club Deportivo Ferroviario Almirante Arturo
Fernández Vial”. Y este fue un homenaje de su Pueblo, don Arturo.
Hoy el Vial no anda muy bien que
digamos, deportivamente, don Arturo. El año 2008 el Wanderers, con pena, lo
mandó a la tercera división del fútbol chileno, donde se mantiene hasta ahora.
Pero igual es un club enraizado en el pueblo. Con una hinchada que lo usó como
estandarte en la lucha contra la dictadura. “El Vial unido jamás será vencido”
era su grito de guerra entonces. Porque ser del Vial era ser de izquierda.
Estamos a las puertas de un
nuevo 21 de mayo. Habrá desfiles en las calles y discursos hipócritas, como
siempre, de los mismos de siempre. Se intercambiarán medallas en sus trajes
engalanados, unos y otros, sobre la tumba donde descansan los restos de algunos
de los muertos, compañeros suyo, en aquella gesta heroica. En sus discursos
destacarán, como lo hacen cada año, el heroísmo de Prat y sus oficiales, que
bien merecido se lo tienen, pero de usted no se acordarán. No importa, don
Arturo, porque homenajes de estos héroes de juguete, no tienen ningún valor.
Mientras el Vial siga vivo, usted permanecerá en el recuerdo de su pueblo. Y
ese es el mejor homenaje.