miércoles, 29 de agosto de 2012


Det kommer att regna … enligt dagens prognos ;)

Por: Julio Brehaut
Foto: Igor Videla

Aquél día lo recuerdo muy bien porque la semana anterior había llovido sin cesar.  Fue al bordear el mediodía de una tercera semana de junio que el sol caía de lleno en la ventana de la oficina. El tiempo, sino se había detenido, parecía ir más lento de lo normal en ese ambiente en el que el calor se hacía cada vez más insoportable. Venciendo por fin el letargo, me tomé, con prisa y sin pausa, el resto del café y luego recogí los papeles del escritorio, la portátil y el periódico del día anterior. Bolso en mano y presuroso me eché a la calle con la irrevocable decisión de tomar un baño de sol en alguna parte de Estocolmo. El clima suele ser inestable durante este período del año, con cielo despejado o nublado y con lloviznas. Mis doce años de vecino regular en esta ciudad me habían enseñado a llamar verano a los momentos soleados y calurosos, como el de ese día. Poco antes de cruzar el umbral del edificio, camino hacia la estación del metro, había cumplido con el ritual de ponerme las gafas de sol. Siempre lo hago.  No solo para proteger mis ojos de los penetrantes rayos solares sino también para no fruncir el ceño y evitar las arrugas. Después de cumplidos los treintaicinco hay que pensar seriamente en ello. Cuando me pongo las gafas de sol siempre pienso en Louise, una rubia de semblante serio que conocí hace mucho tiempo atrás. La primera vez que la vi, imaginé, sin exagerar, que tenía treintaicinco años porque aparte de una esbelta figura tenía un rostro cero arrugas. Un mes después de haberla conocido, Louise me confesó en privado, para mi gran sorpresa, que estaba cerca de los cincuenta años y que el secreto de su belleza facial era no reírse y usar gafas de sol Ray-Ban Aviator, fundamentalmente en tiempos de verano. Tomé parte de esa confesión como un consejo así que haciendo un gran esfuerzo remplacé las gafas sol baratas que tenía en mi poder por unas Gucci originales filtro 4.

Por fin subí al metro con dirección al centro de Estocolmo. Es curioso, si hubiese estado en otra ciudad buscando el lugar adecuado para disfrutar del sol hubiese evitado, a toda costa, desplazarme al centro urbano. Pero cuando me encuentro en Estocolmo mi trayectoria es extrañamente centrípeta. Acaso este impulso que me arroja inconscientemente a la apropiación simbólica de un espacio ajeno se deba a mi inexorable condición de sujeto urbano-migrante. Tal vez. Pero situado en el corazón del imaginario urbano sigo siendo un paseante, un flâneur anónimo que situado en una posición de ajenidad marginal se pierde en medio de la muchedumbre. Alguna vez le comenté de estas elucubraciones a mi madre en medio de una cena en su departamento. Me miró fijamente a los ojos y me contestó con su característico tono de voz, suave y tranquilizador: “deja a un lado las pelotudeces mijito. Yo a ti te quiero seas como seas”. No le exigí me explicara detalles de su respuesta;  preferí mantener su sentencia intacta con la intención de reflexionar sobre sobre sus posibles múltiples sentidos en otro momento. Después de la agradable cena mi madre me ofreció, como siempre lo suele hacer cada vez que la visito, una infusión de tilo.

Ya sentado frente a la ciudad vieja, en una las bahías del lago Mälaren, me rendí  frente a un cielo totalmente despejado. A medida que pasaba el tiempo el sol iba calentando la atmosfera, elevando la temperatura.  Recuerdo bien aquella escena: el sobre caía de pleno sobre la plaza, no había sombra que inquietara aquella solemne luminosidad. Los rayos de sol no quemaban, acariciaban y revitalizaban mi piel de difunto. Intentaba alargar los segundos porque ese instante revelaba la plenitud de mi existencia. Atrás aguardaban las obligaciones, la rutina y las inevitables llagas profundas que guardaba en la memoria. Como digno complemento de aquél ritual de celebración, una voz interior me entrega los versos perfectos de Jorge Guillén. Imaginé al poeta ahí, como yo, con el alma embargada por un sentimiento de júbilo. Detrás de mis gafas de sol, no sabía si el firmamento era azul pero si tenía la certeza que era compacto y curvo. No importa si transcurrieron segundos, minutos u horas. El instante  me pareció simplemente eterno hasta que de improviso el sonido de alerta del sms me sacó de cuajo de aquel ritual que iba adquiriendo visos de una ceremonia de sanación:  Hej, Vad gör du? Har du barn i veckan? Var ska vi fira midsommar? Puss. Malin. No supe darle una respuesta de inmediato. Preferí acudir al calendario para no despertar sospechas sobre mi torpe control del tiempo. Cuando comprobé que el solsticio de verano se celebraría en los próximos dos días le contesté:

-           Hej, Solar J J är barnfri resten av veckan. Var ska vi fira midsommar? Vet ej, men hur? kanske. Grilla?
-          Malin: Ok, ok… det kan vi diskutera. Har du paraply med dig?
-          Nej, varför?
-          Malin: Det kommer att regna … enligt dagens prognos;) ses vi sen.

Levanté la mirada y revisé detenidamente el firmamento. La respuesta de Malin no alcanzó a ser un mal presagio porque las nubes estaban ahí, acechando. Minutos más tarde un velo gris había cubierto por completo la ciudad. Apenas me dio tiempo para correr y guarecerme de la intensa lluvia que se había desatado.
En una cafetería, que me sirvió de refugio durante el tiempo que llovió, escribí a Malin un sms:

-          Joder!

-          Malin: Welcome to Sweden! Puss